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“Toda fotografía es, antes que un registro, una forma de tomar posición.”
— SUSAN SONTAG, On Photography (1977)
Fotografiar no es un acto neutro. Cada imagen que se captura implica una decisión subjetiva: qué se mira, desde dónde se enmarca, qué se deja fuera. El encuadre es una forma simbólica de atención: no muestra la realidad, muestra una forma de percibirla. Por eso, incluso en lo más cotidiano, una fotografía puede revelar una estructura psíquica profunda.
Desde la teoría crítica y la estética visual, autores como Victor Burgin y Gillian Rose han señalado cómo el acto fotográfico traduce relaciones de deseo, ausencia o afirmación. El sujeto que encuadra no solo mira: interpreta, organiza, separa, y con ello da sentido.
En términos terapéuticos, trabajar con el encuadre permite preguntarse:
¿qué parte de mi mundo elijo mostrar?, ¿qué queda excluido?, ¿desde dónde miro eso que veo?
Las respuestas, incluso sin palabras, abren rutas de elaboración simbólica.