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“Donde hay símbolo, hay posibilidad de reelaborar el sentido de la experiencia.”
— D. KALSCHED, The Inner world of trauma (1996)
Los símbolos no solo permiten acceder a lo no dicho, sino reconfigurar lo vivido. Según Kalsched (1996, 2013), el símbolo en contextos de trauma cumple una doble función: protege lo intolerable, pero también ofrece una vía de transformación gradual. Al trabajar con símbolos, el sujeto no solo expresa, sino que puede reelaborar narrativamente el impacto de lo vivido.
En esta línea, Stephen Levine (2005) propone que el acto creativo —cuando es simbólico— abre un espacio entre el yo y la experiencia traumática, permitiendo al sujeto sostenerla, recontarla y resignificarla desde otro lugar.
La configuración simbólica es, entonces, un gesto activo: transforma pasividad en agencia, caos en forma, y silencio en posibilidad de relato. Por eso, los símbolos no son cierre, sino puerta hacia nuevas narraciones del sí mismo.