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“El yo que narra no es siempre el yo que vive. Pero a veces lo alcanza.”
— JEROME BRUNER, Acts of meaning (1990)
Narrar implica tomar distancia y, al mismo tiempo, implicarse. Desde los estudios narrativos de Bruner hasta las terapias de externalización (White & Epston, 1990), se ha mostrado que el sujeto puede reorganizar su identidad al escuchar su historia desde una voz distinta.
En la escritura simbólica —poema, diario, cuento breve, bitácora— no siempre se trata de contar lo que ocurrió, sino de encontrar una voz que pueda habitar la emoción sin desbordarla. Esa voz, que puede ser lírica, evocativa o ambigua, no es evasión: es protección y creación.
Dejar atrás el narrador omnisciente para abrir paso a una voz poética o simbólica permite decir sin declarar, sugerir sin confesar, y expresar sin explicarlo todo. Es un espacio de intimidad y resguardo a la vez.